Una de la madrugada. La cena ha estado realmente entretenida y reunirse con viejos amigos entre semana tiene mucho encanto, no solo por encontrarse con viejas caras, sino también por lo atípico del plan. Ni un alma en las calles. El recorrido de vuelta a casa es también surrealista: las avenidas que uno acostumbra a ver atestadas de coches y peatones intentando atravesarlas, están vacías. Un par de manzanas más y llegamos a casa. Y de repente, en una calle recta que da paso a nuestro domicilio, el último semáforo se pone en rojo.
No regula un cruce, sino que da paso a los peatones hacia un parque que ahora está cerrado. Uno detiene el coche obediente y baja la ventanilla. El viento meciendo las ramas de los árboles del parque es el único sonido que llega, además del ralentí del motor. Un rápido vistazo en todas las direcciones nos da una idea de lo absurdo del momento: no hay coches, no hay gente y al mundo en el fondo le da igual lo que hagamos porque nadie nos ve, pero aguantamos estoicamente a la luz verde. Le resulta familiar este sinsentido, ¿verdad? Pues es posible que tenga los días contados.
Tal y como recoge The Next Web, los semáforos cumplen este mes 100 años: el 5 de agosto de 1914 se instaló en Cleveland un voluminoso tótem con tres luces de colores que asignaban la prioridad en las intersecciones. Aquella alocada idea funcionó, hasta el punto en el que hoy en día no nos podemos ni imaginar cómo sería la circulación por nuestras calles sin ellos. Habría muertos. No hace falta dejar volar en exceso la imaginación para ver qué sucedería en una ciudad sin semáforos.
Vehículos que ‘hablan’ y sensores
¿Se han fijado el caos cuando a causa de una tormenta o apagón éstos dejan de funcionar? Las autoridades tienen que desplegar a agentes de tráfico a regular los cruces y ay amigo como llegue a uno que no lo tenga: impera la ley del más fuerte…
Rojo, amarillo y verde. El código de color es sencillo, imperativo y claro. Y pese a ello, todavía nos la damos en los cruces: que si ni se respeta o bien uno sale antes de tiempo o lo atraviesa con el ámbar ya en rojo… Tortas aseguradas. Pero la tecnología ha avanzado tanto en todo este tiempo que sorprende descubrir que los semáforos sigan protagonizando el tráfico en nuestras ciudades.
Que nadie
Lo cierto es que el cambio de color en los semáforos es determinado por una cadencia de tiempo. Si bien es cierto que la regulación en determinadas arterias puede gestionarse desde las centrales de tráfico de los ayuntamientos, los semáforos (salvo que cuenten con un pulsador), cambiarán de color cada equis minutos, haya o no coches. Si llega un solitario vehículo de madrugada como el ejemplo con el que hemos abierto el artículo, estará ahí polucionando y emitiendo un molesto ruido a la espera del cambio de color.
Pero los expertos vislumbran un futuro mucho más eficiente. Que nadie piense de forma inmediata en vehículos que se conducen solos, que ya los hemos visto en fase de pruebas, sino más bien en coches gestionados por ordenadores que a su vez se conectan entre ellos.
Un 'controlador aéreo' en nuestras calles
Así, si uno se dirige a una determinada dirección y en su trayectoria se topará con un semáforo, el sistema puede adaptar la velocidad del vehículo de forma que al llegar al cruce el semáforo se encuentre en verde. Ni atascos ni polución. ¿Para qué correr como un loco si luego hay que frenar? Pues bien, vayamos un poco más allá y pensemos en una red de vehículos intercomunicados: el coche A y el B circulan por calles adyacentes y concluirán en un cruce.
A la velocidad que ambos circulan, el choque sería inevitable y de ahí la necesidad del semáforo, pero… ¿y si un sistema regulara esta circunstancia y redujera la velocidad de uno para dar paso al otro sin llegar a detener a los dos? Esta especie de controlador aéreo de las calles parece que será una realidad, pero nunca a corto plazo.
El experto en materia de tráfico Jeff Miller vaticina que todavía tienen que pasar muchos años antes de que desaparezcan los semáforos, pero la tendencia es inevitable. Y las máquinas juegan con ventaja: son más frias y racionales, y evitan situaciones que, estas sí, provocan atascos monumentales.
Quién no ha visto un coche bloquear un cruce por aprovechar el ámbar y no esperar al siguiente cambio de color. Es posible que él haya ahorrado 20 segundos en su recorrido, pero el resto y las decenas que vienen por detrás pueden sumar minutos de atasco… (Información completa)
www.elconfidencial.com
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