Estamos ya bien metidos en el 2015 y la cruda realidad es que aún no tenemos zapatillas conrobocordones ni monopatines flotantes ni coches voladores. O sea, que sí, aún necesitamos carreteras. Al menos de momento.
Según un estudio de los U.S. PIRG, los grupos de investigación no gubernamentales para el interés público estadounidense y otro del Instituto del Transporte de la Universidad de Michigan (UMTRI), tanto las millas recorridas en coche como las licencias de conducción expedidas están en un progresivo declive desde hace más de treinta años. Si en 1983, un 80% de los norteamericanos de 18 años tenían carnet de conducir, en 2013 la cifra había caído hasta el 60%. Y los pronósticos indican que seguirá cayendo.
Sí, es posible que nos acerquemos a un mundo en el que coche particular tenga una importancia bastante más residual que en la actualidad pero, de momento, seguiremos necesitando las carreteras. Porque seguiremos necesitando el transporte público rodado y el transporte de alimentos o mercancías. Mientras queramos seguir teniendo pescado fresco en nuestra cocina de Madrid, vamos a seguir dependiendo de las carreteras.
Quizá este sea el mejor momento para repensarlas.
Hace ya cinco años hablamos de varios proyectos que planteaban nuevas maneras de aprovechar energéticamente las vías rodadas. Esencialmente, transformaban la presión y el movimiento de los vehículos en energía eléctrica mediante unos acumuladores colocados bajo el asfalto. De hecho, una tecnología similar se ha venido investigando e implementado en los llamado senergy floors; pistas de baile que sirven de alimentadores energéticos sostenibles al recargarse con el peso y el movimiento de la gente que baila sobre ellas. (Seguir leyendo)
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