“Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos”. Así comienza el alegato del autodestructivo Mark Renton (Ewan McGregor) mientras escapa de unos guardias de seguridad en la primera escena de la película (ya de culto) Trainspotting. Un mandamiento que ha acompañado a toda una generación durante gran parte de su etapa de crecimiento y formación. Hasta que descubrieron que todo en él era, por decirlo de una forma delicada, falso. Es sencillo desmontar el argumento: tener estudios superiores no te garantiza un trabajo al que acudir en tu propio coche cada día ni un sueldo con el que permitirte pagar una vivienda. Así que no, definitivamente ni los televisores grandes que te cagas ni los coches se hacen indispensables para una generación que consume de forma distinta y con intereses opuestos a los de sus predecesores. Y este cambio de paradigma ya es palpable en las tablas de gráficos, especialmente en las del sector del motor. En 2014, solo 398.000 jóvenes (de 18 a 20 años) tenían carnet tipo B, un 30% menos que en 2008(según el censo de conductores de la Dirección General de Tráfico, donde son conscientes de la situación y lo achacan al descenso demográfico). En el mismo periodo de tiempo, la expedición total de permisos de conducir bajó más de la mitad. Números llamativos, que seguro estarán influenciados por la emigración forzada y el descenso de la natalidad, pero que también obedecen a otros motivos. ¿Han perdido los jóvenes las ganas de conducir?
“Hemos identificado un cambio en las prioridades de consumo de la Generación Y”, apunta a S Moda Marti Jofre, Project Manager de Creafutur. “Por un lado, se observa un interés creciente en la vida y el ocio urbano, que desplaza a los jóvenes a pisos de alquiler en el centro de las ciudades. Por otro lado, y aquí sí que la crisis puede haber tenido un efecto acelerador, se trata de una generación con un poder adquisitivo inferior. El retraso de la entrada en la ‘vida adulta’, con familia e ingresos fijos y estables, difiere también las decisiones de compra más importantes, como el piso y el coche”.
Entre los motivos que la Fundación Educativa PIRG ofrece para explicar la desgana de esta generación por conducir, podemos citar la contaminación, el transporte alternativo y colaborativo o la importancia de vivir en zonas bien conectadas. La tecnología es otro pilar fundamental en este asunto. No solo por su crecimiento como alternativa de ocio, sino por el surgimiento de distintas aplicaciones que facilitan el uso del transporte público informando en tiempo real de horarios y combinaciones (las que acumulas en la carpeta Utilidades del iPhone). Además, medios como el metro o el autobús son más compatibles con nuestro nuevo estilo de vida ‘conectado’, ya que nos permiten navegar, escuchar música o ver vídeos mientras llegamos a nuestro destino. “La socialización de los jóvenes ha migrado en gran medida a las redes sociales. Ya no es necesario el coche para conectarte con tus amigos”, sostiene Jofre. “Un smartphone les proporciona más independencia que un vehículo, que se convierte en un problema más que una solución por su alto coste”.
Hace 20 años, los vehículos estaban relacionados con conceptos como el prestigio social y el lujo, para ser percibidos ahora como vestigios de una generación anticuada. En nuestro país, el éxito en la implantación de nuevos servicios públicos como el alquiler de bicicletas en grandes ciudades o el lanzamiento de alternativas privadas como la polémica Uber o Car2Go, con la que puedes usar un vehículo el tiempo que necesites por un precio muy competitivo, son ya parte ineludible de la ecuación. Sin olvidarnos del auge del transporte colaborativo. La compañía BlaBlaCar anunció el pasado septiembre haber alcanzado los dos millones y medio de usuarios en España. Sin embargo, este tipo de transporte dista de ser solo atractivo para los más jóvenes, viviendo un crecimiento exponencial entre los adultos, modificándose la edad media de los usuarios de los 24 años en 2010 a los 31 en 2015.
Pero el desinterés de los jóvenes por la conducción no es un fenómeno únicamente nacional, sino que se repite también fuera de nuestras fronteras. “Un cuarto de los jóvenes de Estados Unidos no sabe conducir”, afirma un estudio publicado por la Universidad de Michigan. El porcentaje con licencia entre 20 y 24 años ha pasado del 91,8% en 1983 al 76,7% en 2014, produciéndose una caída de casi diez puntos en apenas siete años. A Pau Miret, sociólogo e investigador del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de Barcelona, le resulta especialmente extraña esta situación. “Sobre todo en Estados Unidos, donde es barato y muy sencillo sacarse la licencia. Y allí tener el carnet es parte de la visibilidad social, con ese documento puedes ir a todos los sitios”, nos cuenta. La misma investigación indica un receso en el porcentaje de jóvenes conductores también en otros países, situando por fin a España en una misma estadística que Suecia, Alemania, Japón o Gran Bretaña.
Estos datos preocupan a una industria automovilística que ve peligrar su posición de dominancia en el futuro, en un periodo en el que los precios son cada vez más asequibles, el Estado concede subvenciones (como el Plan PIVE) y el precio de la gasolina está en mínimos. Pero a los millennials no podía importarles menos. El coche ha dejado de ser visto como el icono de libertad e independencia de las generaciones anteriores y ahora simplemente es un medio de transporte más. En una encuesta del New York Post, un gran número de jóvenes confiesan estar “muy ocupados” para sacarse el carnet (esos vídeos de Youtube no van a reproducirse solos).
Según expone otro estudio de la consultora KPMG, el 54% de los directivos del sector se muestran preocupados por el futuro de la industria ya que la nueva generación “no tiene interés en adquirir las propiedades tradicionales como la casa y el coche”. Pero si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Lejos de rendirse, los fabricantes ya se han puesto manos a la obra para intentar frenar esta tendencia, con lo que muchos ya llaman el “Transporte 2.0”. Mercedes o BMW están expandiendo sus servicios de carsharing, la multinacional de alquiler de coches Avis ha adquirido ZipCar y General Motors se ha hecho con Lyft, el gran rival de Uber (y de los taxistas). Una nueva realidad dispuesta a corregir el mítico tema rockabilly de Loquillo. “Yo para ser feliz no quiero un camión. Con una app, me vale”. (Información)
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