Después de cinco años de experiencia conduciendo una motocicleta de 125cc solamente con mi carnet de conducir B, he decidido aventurarme y obtener el permiso de circulación A2 que permite llevar motocicletas con una potencia máxima de 35 KW. La experiencia de sacarme este carnet está siendo rocambolesca y algo me dice que esto no ha hecho más que empezar. Las pruebas consisten en un primer examen teórico que estudiando un poco puede aprobarse sin demasiados problemas. El siguiente paso es superar un examen práctico en circuito cerrado que consite en una prueba de habilidad y un circuito de velocidad. Finalmente, hay que pasar un tercer examen de circulación.
En el examen práctico de circuito cerrado, los sistemas de medida que nos encontramos consisten en la agudeza visual de los funcionarios examinadores para ver si rozas una línea, si rozas un jalón de los que has de sortear o si aceleras de forma correcta antes de poner la segunda marcha. Cualquiera de estos errores implica una calificación de deficiente. El arrancar de forma brusca, frenar antes de tiempo o finalizar la prueba después de los 25 segundos implica obtener una calificación deficiente.
En plena era de los sensores y la electrónica, parece que la DGT solo emplea la tecnología para sancionar a los ciudadanos mediante radares de todo tipo: fijos, móviles o de tramo, sistemas foto-rojo para ver si alguien se salta un semáforo rojo, o sus helicópteros Pegasus, equipados con dos cámaras de vigilancia: una panorámica que facilita el seguimiento y captación de la velocidad, y otra de detalle, dotada con un teleobjetivo que permite leer la matrícula del vehículo y que puede actuar desde una altura de 300 metros y un kilómetro de distancia de su objetivo. Además, calcula la velocidad media.
Parece que la DGT prefiere dejar la decisión sobre quién supera las pruebas de conducir en el buen hacer de cuatro funcionarios que, cronómetro en mano, se dedican a valorar con la máxima objetividad que pueden a los aspirantes.
Ahora viene el aspecto que más me ha sorprendido hasta ahora: loshorarios de examen y el cumplimiento de los mismos. Para empezar, los exámenes solo se hacen por la mañana (teóricos y prácticos), obligando a cualquier trabajador que se presente a tener que solicitar unas horas de permiso en el trabajo. Adicionalmente, es habitual que los exámenes se suspendan sin previo aviso y que los horarios no se cumplan.
En la convocatoria del pasado 29 de abril en Barcelona, para el examen de prácticas en circuito cerrado se nos había convocado a unos 200 aspirantes para examinarnos a las 9 de la mañana. Pero los examinadores se presentaron a las 10.30 sin ningún tipo de aviso. Eso sí, para poder optar a las pruebas es necesario abonar una tasa de 89,40 euros a la DGT. Con esta tasa tienes derecho a dos convocatorias, y si suspendes las dos, debes renovar y volver a pagar. Todo un negocio para la DGT, que dejaría de controlar, si estableciera sistemas de medida objetivos como sensores de contacto, aceleración y velocidad homologados en sus pruebas.
En la era de las ciudades inteligentes, estos exámenes requieren de un mayor grado de objetividad y de unos horarios que ayuden y se adapten a los ciudadanos, así como a la productividad de este país. Esto no se consigue haciendo que cada semana 200 personas pasen por un trámite de 4 horas que podría hacerse en 15 minutos, convirtiéndolo en una odisea con una claro componente de subjetividad.
Fuente: El Periódico
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