El alcohol, las drogas, la conducción temeraria son culpas exclusivas de quien coge un volante sin pensar en los demás. Y si lo hace, lo que provoca es un homicidio por el que deberá responder
EL trágico accidente ocurrido en Badajoz, en el que han fallecido cinco niños integrantes de un equipo de fútbol, se transformó ayer definitivamente en un asunto penal tras la detención del conductor de la excavadora que provocó el vuelco del autobús. El análisis practicado al conductor detenido puede haber dado resultado positivo en drogas, aunque el desencadenante directo de la tragedia fue, según los testimonios de algunos heridos, una extraña maniobra cuando el bus lo adelantaba. La investigación judicial determinará finalmente las causas de lo sucedido, con apoyo en el atestado que presente la Guardia Civil. Se trata, en todo caso, de un episodio brutal en un año en el que el número de muertos ha aumentado en cincuenta respecto al mismo período de 2013. Estas comparaciones siempre requieren matices y precisiones, pero ya antes de que se produjeran las cinco víctimas de Badajoz habían saltado todas las alarmas por el incremento de fallecidos en Semana Santa y en el puente del 1 de mayo. Pueden aceptarse explicaciones como las que ponen el acento en el aumento de coches en circulación, en el buen tiempo de estas semanas e incluso en una reanimación del turismo interno, paralelamente a una mejora incipiente de la economía. Sin embargo, son conjeturas que no deben conducir a la resignación ante el incremento de las muertes en carretera. En los últimos años se ha demostrado la eficacia de una legislación sancionadora basada en la persecución sin contemplaciones de los conductores temerarios y, a veces, homicidas. Es cierto que esa legislación –carné por puntos, aumento de multas, nuevos delitos contra la seguridad vial– ha sido criticada por su exceso punitivo, pero el resultado de la reducción de muertes es un beneficio que justifica tal reacción legal. Este es un ejemplo de cómo una política legislativa puede cambiar hábitos lesivos para el conjunto de la sociedad. No habría que descartar un endurecimiento de penas para casos como el de Badajoz.
Quizá puede estar extendiéndose en la actualidad una cierta relajación en la conciencia de seguridad vial de los ciudadanos, precisamente por el insistente mensaje de que hay menos accidentes y menos muertos. Las campañas institucionales deberían recordar que la seguridad al volante es una obligación permanente, como lo es garantizar a los ciudadanos el buen estado de las carreteras, principalmente las de la red secundaria. Pero tampoco hay que confundir los focos de responsabilidad. El alcohol, las drogas, los excesos de velocidad, la conducción temeraria siguen siendo culpas exclusivas de quien coge un volante sin pensar en los demás. Y si lo hace de esa manera, lo que puede provocar no es un trágico accidente, sino un homicidio por el que deberá responder. (Opinión completa)
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