El lujo me tranquiliza", decía el eslogan de unos grandes almacenes de París. La fantasía de los objetos prohibitivos para los bolsillos en crisis tiene algo de opiáceo, de analgésico. Es la ilusión de lo eterno, de lo inmutable. Como si un bolso de 6.000 euros no se pudiera romper jamás, como si un diamante rosa no se pusiera perder nunca... como si un Ferrari no pudiera estrellarse pocas horas después de pagar cientos de miles de euros por él. (Leer más)
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