“¡No puedo frenar, no puedo frenar!” Según los testimonios, estas fueron las últimas palabras de Norberto, el conductor del autobús accidentado en Murcia segundos antes de precipitarse por un terraplén. De acuerdo a las autoridades, el accidente se ha producido por un conjunto de fallos humanos presuntamente atribuíbles al chófer.
Una superviviente del accidente declaró que, tras el siniestro, Norbertose abrazó a ella llorando: "Conozco a sus nietos. Es una persona metódica. No fuma ni bebe. Su mujer y sus nietos están hechos polvo".
Por ahora todo parece que han sido fallos involuntarios. El conductor no iba ni drogado ni borracho. No ha perdido ningún punto del carné de conducir. Al contrario, ha ganado tres. Así lo confirman las primeras pruebas realizadas. Los primeros testimonios acreditan que el conductor jamás habría deseado que el accidente se produjera. De ahí que haya sido imputado por homicidio involuntario, lesiones y conducción temeraria.
Según el Código Penal español, la imprudencia grave que causa la muerte de una persona está castigado con una pena de uno a cuatro años de prisión (artículo 142.1 del Código Penal). Cuando hay intención, el homicidio se castiga con una pena de entre 10 y 15 años de cárcel.
Estos casos se producen con relativa frecuencia en todo el mundo. De hecho, la mayoría de los accidentes se producen por errores no deseados aunque tampoco evitados (distracciones, sueño, cansancio…). Los culpables de esos errores, sobre todo los que provocan muerte o lesiones muy graves en las víctimas, se enfrentan a un infierno peor que la cárcel: el remordimiento.
“El remordimiento puede llegar a ser insoportable”, explica Jesús Miranda, psicólogo y director de la Cátedra de Seguridad, Emergencias y Catástrofes de la Universidad de Málaga. “Pero el causante de un accidente tampoco puede estar el resto de su vida fustigándose por el error cometido”, puntualiza. (Seguir leyendo)
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