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domingo, 11 de mayo de 2014

Tragedias de tráfico y soluciones políticas

 A tenor del significativo incremento de las tasas de accidentes en carretera cabe plantearse un estudio crítico sobre dos de las soluciones que desde la política tratan de paliar los dramáticos efectos de la siniestralidad viaria. Si la primera medida parte del análisis de los contextos sociales de la circulación rodada, la segunda se centra en el comportamiento de los conductores como individuos responsables. Se hace antes necesario entender que ambas medidas parten de un trasfondo ideológico bien distinto sobre la manera de entender al individuo, a la sociedad y la relación entre ambos extremos. Es sobre la base de estos cimientos ideológicos desde donde se construyen las soluciones a adoptar en el caso que nos ocupa, una contemplando la problemática viaria dentro de una dimensión social más amplia, y otra reduciendo el problema a una cuestión personal.

La primera solución política, más propia de planteamientos de tipo socialdemócrata, consiste en pensar que el contexto de crisis actual propicia buena parte de estos dramas humanos en la carretera, dado que los aprietos económicos de bastantes conductores y el descenso de las inversiones públicas en infraestructuras viarias crean las condiciones objetivas para aumentar la tasa de accidentes en carretera. Por el contrario, en contextos de bonanza económica, las ruedas, los talleres, los precios y las carreteras no son el problema para la mayoría de los ciudadanos, pues los mayores niveles de renta permiten cubrir los gastos para tener el coche a punto o cambiar de vehículo de manera más frecuente. Partiendo de este hecho incontrovertible, y analizando la presente situación, una Administración sensible a esta problemática habría de destinar importantes dotaciones económicas para subvencionar el coste de unos neumáticos que muchas familias no pueden sufragar por su elevado importe; introducir legislaciones para regular los precios de unos talleres mecánicos que cobran reparaciones a costa de facturas escandalosas; aplicar fondos públicos para financiar las revisiones periódicas de muchos conductores sin medios económicos suficientes para poder tener su coche a punto; aprobar presupuestos para reparar las deficiencias de unas carreteras públicas cada vez más abandonadas;? En suma, se trata de entender que estas medidas no sólo reducen el riesgo para quien conduce, sino que sirven para preservar la seguridad de todos aquellos que habitualmente utilizamos la carretera para desplazarnos.

La segunda solución política, asociada a criterios de signo neoliberal, consiste en culpabilizar directamente a los conductores de los accidentes de tráfico, blandiendo el argumento de la irresponsabilidad ciudadana de un individuo libre que no se atiene a la confianza depositada por los agentes de turno, para lo cual la Administración debe apretar la intensificación y la extensificación del escarmiento personal a través de penas legales y sanciones económicas. Desde esta perspectiva, se entiende que el ciudadano incívico debe pagar por sí mismo los excesos de su comportamiento viario, y en último extremo perder el carnet cuando demuestre que es incapaz de autorregularse dentro de un espacio compartido con otros conductores. Desde este punto de vista, son los individuos más que la sociedad los últimos responsables de la seguridad viaria, de tal modo que el uso de drogas, el consumo de alcohol, las imprudencias derivadas de una circulación temeraria, la distracción del conductor,? serían los frentes de batalla a atacar por la Dirección de Tráfico. 

Por desgracia, estas últimas políticas viarias, verdaderamente nefastas para todos, son las que nuestros gobernantes están aplicando indebidamente en contextos de crisis con el predecible efecto de multiplicar la siniestrabilidad en el futuro, al simplificar un problema de calado social para tratarlo desde una dimensión puramente individual. Apretar el bolsillo del ciudadano más o menos insolvente a base de multas y amenazarlo con perder la capacidad para desplazarse en una sociedad construida para el uso y abuso del automóvil es aplicar los principios del austericidio y la sadoeconomía a la realidad vial. Y es que en contextos de crisis ni siquiera el problema de la alcoholemia entre los jóvenes debiera ser reducido a una mera cuestión personal, sino que habría de ser contemplado como un asunto social si es que se quieren entender las verdaderas raíces de los problemas que lo provocan, que por supuesto se encuentran más allá de la carretera. 

No me cabe duda que a muchos políticos les va mejor que a muchos ciudadanos, como a tantos otros que se están lucrando a costa de la crisis de muchos, disfrutando de unos altos niveles de renta. Cuando se obtienen unos buenos ingresos, se tiene un buen coche, con un buen mantenimiento mecánico, y un buen caché para pagar multas, el problema social de las muertes de tráfico, sencillamente no existe para quienes se hallan en los estratos sociales menos afectados por la crisis, como ocurre con muchos de nuestros gobernantes que son los que hacen las leyes sin bajar a la realidad. Aquellos que gozan de una economía saneada pueden incluso contratar con una asesoría legal de multas, instalar en su vehículo un detector de controles de velocidad (hoy penalizado), o transitar por autopistas de pago, entre otras muchas más opciones. 

En estas condiciones la problemática vial se reduce exclusivamente a la responsabilidad individual del conductor sin introducir en la ecuación la variable de la responsabilidad social del siniestro viario. Desde este punto de vista centrado en la «libertad del conductor», que sólo disfrutan unos pocos privilegiados, que además son los que dictan las normas a cumplir por los demás, no se puede entender la trágica realidad de muchos ciudadanos de a pie a los que les va tan mal en la carretera, porque esta circunstancia no es sino una parte de un problema que trasciende lo vial y que tiene que ver con las condiciones de vida de la sociedad de la que formamos parte, en general. Lo paradójico del caso es que los distintos destinos de dos sujetos con suerte dispar en la vida pueden cruzarse un mal día en cualquier travesía del mapa para perder lo único que teniendo mucho valor no tiene ningún precio. Entender los contextos y los comportamientos individuales dentro de ellos es fundamental para que esto no pase.(Artículo)

Rafael Cuesta Ávila. Doctor en Antropología Social. 

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